3.1 2013: Este no es el lugar

En 2013una vez más volví a Villa Grimaldi, esta vez acompañada por un grupo de colegas de los EE.UU. y de Chile que querían experimentar el recorrido con Pedro Matta. Teresa Anativia, una amiga cercana y sobreviviente de Villa Grimaldi, nos acompañó. Ella y Matta se conocían, y el tour esta vez era menos guionizado, ya que ambos recordaron incidentes que ocurrieron en distintos lugares del recinto. Teresa, por supuesto, podía hablar mucho más directamente de las situaciones que las mujeres habían vivido allí. Ella ya me había contado algunas de las terribles cosas que la DINA le había hecho a ella y a sus compañeras, y me había hablado también de la primera vez que élla junto a otros sobrevivientes habían regresado después de que el espacio fue recuperado. Teresa recuerda que unos ciento cincuenta de ellos se reunieron fuera del espacio. Una vez dentro, el Padre José Aldunate, también ex-prisionero de Villa Grimaldi, cerró y bloqueó el portón de entrada para siempre. Los supervivientes se abrazaron y lloraron en silencio. Recuerda que todo el mundo cerró sus ojos mientras abrazaban a compañeros y sobrevivientes que nunca habían visto antes; ellos nunca habían oído las voces de los demás: “El silencio de una reunión de ciegos quienes habían estado juntos pero nunca se habían visto,” según sus propias palabras. Comenzaron a mirar el espacio a su alrededor, cubierto de zarzas y alambre de púas, y no reconocieron nada. “Buscamos esos lugares y no pudimos encontrarlos. Sé que nunca los encontraremos, ” concluyó. Cuando estuvimos allí, juntas, en Villa Grimaldi, le pregunté si le molestaba volver.

“No,” me dijo, “este no es el lugar.”

El espacio rediseñado, el paisaje de jardines, las rosas, los hermosos árboles, las piscinas y el pabellón, no tenían nada que ver con el lugar en el que la habían torturado, violado, y negado su humanidad.

Ese “lugar” permanece en ella, ella lo carga consigo a donde vaya. Como Charlotte Delbo, sobreviviente del Holocausto, escribe en Días de Memoria: “No vivo con Auchwitz, vivo junto a él” (Delbo 1990, 2).

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¿Qué hace, entonces, la renovada Villa Grimaldi?

En un momento, durante los primeros años de la lucha de los sobrevivientes, para asegurar el espacio como un sitio conmemorativo, la intención era, probablemente, que este fuera un lugar donde uno depositaba su dolor. Ellos habían perdido mucho en ese lugar: una mujer embarazada fue torturada y perdió a sus gemelos. Teresa y Matta admitieron que no sólo perdieron amigos, sino también parte de su propia humanidad, su capacidad de confiar en los demás. Sus cuerpos cambiaron, y en su edad avanzada cargan con dolores y fracturas inducidas por la tortura. La pérdida y el dolor que acompañan a la desaparición y a la tortura pertenecen al reino del dolor invalidado. Las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, o las madres en Chile, nunca supieron si sus hijos estaban vivos o muertos. El gobierno no reconoció sus pérdidas. ¿Cómo se puede expresar el dolor de la pérdida en estas circunstancias?viii

Mientras que los asesinados en Villas Grimaldi son nombrados en las listas de “víctimas” de su página web actual y tallados en la pared de la memoria, los sobrevivientes no tienen ningún lugar. En el Informe Rettig del año 1991, emitido por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, figuran sólo los casos de los desaparecidos y asesinados durante el régimen de Pinochet. El Informe Valech, emitido por la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (2004-5), reconoció a los que habían sido torturados y detenidos, así como a los hijos de los desaparecidos, y los chilenos usaron esta lista para hacer reparaciones a los sobrevivientes. Teresa Anativia aparece en el informe solo como el caso 1250. Existe como cifra.

Photo: Lorie Novak, 2013.

Torture and disappearance continues to affect the victims and their families for generations. Not only does torture stress bodies in ways that can never fully heal, but as Teresa Anativia’s testimony makes clear, it also creates emotional distress that never fully goes away. Tortured people, turned into zombies as Matta says, face the challenge of bringing themselves back to life—often in a political or social climate that denies or invalidates the trauma. Families of these victims often accompany their loved ones in the devastating pain, loss, and reconstitution of the self. Disappearance also terrifies trans-generationally. The parents and grandparents of the disappeared spend their lives trying to find not only the bodies of their loved ones but also the perpetrators who killed them. Where are they? In what place? For the children of the disappeared, the search often continues throughout their entire lives, affecting the lives of their own children. Torture and disappearance target the filiative and affiliative bonds that keep individuals centered and connected. Restitution entails building those bonds again, and connecting individuals back into their circles, and helping them learn to trust again.

Places like Parque de la Paz Villa Grimaldi remind us of what happened within those walls, but they also transcend the violence and pain in search of peace and reconciliation. The park performs a restorative, world-making gesture. But it can never be the place of the terror, the center of unmaking of so many worlds of the people who died in or passed through Terranova. I cannot capture that place with my camera. Matta cannot conjure it for others to see. Teresa Anativia does not recognize it. But being in the park with them, I sense the power of place, I feel the pain they associate with it, and I accompany them for a little while on their very long journey towards acceptance and renewal.